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Bajo la dirección del dramaturgo Manuel Chapuseaux, la adaptación teatral del “El retrato de Dorian Gray”, única novela de Oscar Wilde, fue llevada al escenario de la sala Ravelo del Teatro Nacional.

El pasado domingo 27 de julio fue la última puesta en escena de esta obra que agotó las entradas de sus funciones originales, y llenó más de la mitad de la sala en la función extra que abrieron.

No es tarea fácil abarcar en dos horas de presentación la historia de uno de los clásicos de la literatura. La elipsis de ciertas escenas de la novela original y el manejo de la adaptación fue llevado a cabo de manera exitosa por la puesta en escena, de forma que, a pesar de recortar parte de la historia, su esencia central se mantuvo.

En el sentido técnico, fue una obra muy bien ejecutada. La escenografía, realizada con acabados de un estilo que emulaba la pintura, logró mantener una cohesión tanto con el ambiente de la obra como con el tema y el elemento principal, el retrato realizado por el pintor Basil al joven Dorian Gray.

Mediante su novela “El retrato de Dorian Gray”, Oscar Wilde expuso a través del diálogo de sus personajes críticas sagaces y sarcásticas a la cultura de su país y época, pero que representan revelaciones de una verdad atemporal que ha perdurado hasta nuestros tiempos.

Estos diálogos icónicos fueron pronunciados de manera experta por elenco actoral, quienes incorporaron un toque moderno y fresco, manteniendo el elemento clásico. En este sentido, la interpretación favorita del público, a testimonio de los aplausos, fue la de José Roberto Díaz García, quien añadió una chispa de vitalidad al carácter sarcástico de Lord Henry.

No se quedó atrás Jovany Pepín, quien interpretó a un Basil de esencia más moderna, el cual cargaba el peso de ser la pisoteada conciencia del grupo de amigos. En la historia, fue la contraparte moral que aconsejaba palabras ignoradas en el hombro derecho de Dorian, quien llevaba un oído atento a Henry en su lado izquierdo.

Aunque breve, la actuación de Cindy Galán fue otro ejemplo de gran ejecución artística y de rango actoral, tanto en su rol como la dramática Sibyl Vane como el estoico retrato de Dorian.

Giamilka Román, por otro lado, encarnó a un Dorian Gray con todas las exquisitas cualidades de un niño malcriado. Una crítica a esta interpretación es que la personalidad que muestra al principio de la obra es demasiado dura en comparación a los toques de inocencia y jovialidad que aluden el texto original, lo cual resta al contraste de su transformación posterior en un hombre corrupto y amoral. Sin embargo, de las bondades de esta interpretación puede recalcarse la maestría de las expresiones faciales, las cuales lograron por completo dar vida a este personaje.

La obra destacó al emplear varios recursos teatrales para mostrar una historia que parte de la literatura. La coreografía entre Dorian y las sombras fue un recurso excelente para representar escenas que en la novela abarcan varios capítulos y evocó las emociones y metáforas necesarias para comprender el sentido de esta parte en la historia.

Asimismo, el clímax de la puesta en escena fue interpretado y adaptado con gran habilidad artística a través de la pelea coreografiada entre Dorian y su retrato. Esta escena final, como testamento a la riqueza e ingenio de las manifestaciones teatrales, es el momento catalizador de la historia, en el que Dorian paga la inmensa cuenta moral que ha acumulado a lo largo de la narrativa y, despojado de la juventud y belleza que tanto apreció en un comienzo, se enfrenta a la perversidad de su ser.