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Disco 106.1 FM

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Una discreta brecha del closet de un apartamento de aparente lujo deja ver, como quien no quiere la cosa, fastuosos vestidos de diseñador (es). Dos voces en crisis se escuchan, como preámbulo a lo que se convertiría, durante una hora y pocos minutos, en un verdadero “tête-à-tête” teatral entre dos pesos pesados de la actuación local: Elvira Taveras y Lumy Lizardo.

“La gran depresión”, como título de la obra, es sólo un juego de palabras. O, más bien, una alegoría a la época gris que vivió el mundo en el año 1929 y la década siguiente, con la caída de la Bolsa de valores de Estados Unidos, que dio inicio a una de las mayores de las mayores crisis económicas de todos los tiempos, como consecuencias de los efectos de la Primera Guerra Mundial.

Félix Sabroso, dramaturgo español, entrega un texto magistralmente escrito, en el que combina drama y comedia, con pinceladas de humor negro, contenido social, salud mental, entre otros tópicos contemporáneos, que han sido catalogados por estudiosos como las grandes tragedias de estos tiempos.

Elvira y Lumy, en sus personajes de Manuela y Martha, entregan interpretaciones de primer orden, cargados de matices. 

Actuaciones grandilocuentes, sabiamente alejadas de la afectación, esto último, se convierte en un vicio actoral en el que se suele caer constantemente, cuando no existe un equilibrio consciente entre el texto y la teatralidad.

En escena se puede ver a dos mujeres que cuentan una historia de vida que las ha unido y separado con el mismo nivel de intensidad durante varios años.

Circunstancias éticas, morales, de conveniencias, pero, sobre todo, muy dramáticas, casi tóxicas, en donde es difícil percibir cuándo son mejores amigas, o cuándo son peores enemigas, interrumpidas en sus diatribas por un piano que suena de manera intermitente e intempestiva, cada vez que sus discusiones logran su punto más álgido.

Elvira y Lumy han sido dirigidas por Indiana Brito, quien debió experimentar un paroxismo casi de infarto, no por el hecho de bregar con dos mujeres de carácter fuerte, sino, por el nivel de actrices con las que se enfrentaba y las interpretaciones que quería obtener.

“La gran depresión” es una obra en dos actos de puro clímax. Diálogos intensos de parte y parte, en los que es difícil comparar cuál personaje tiene más carga actoral, más dramatismo o mayor comicidad.

“La gran depresión” es un péndulo histriónico que somete a las actrices, en este caso particular, a Elvira y a Lumy, en un vaivén de emociones tales, que inevitablemente terminan (terminaron) agotadísimas luego de cada función, sea cuál sea el método que empleen al abordar sus personajes.

“La gran depresión”, como anotamos anteriormente, no sólo trata sobre la salud mental. Esta obra es una amalgama de conceptos emocionales y sociales que sirven de reflejo, de llamado de atención, de acompañamiento, de empatías y del hecho de saber estar, escuchar y actuar en consecuencia con lo que se nos presenta.

Esta obra deja ver el drama emocional de una mujer que ha vivido de las apariencias, de lo estéticamente exigido por una sociedad consumista y descalificadora de aquello a lo que le rinde culto y genuflexión: la superficialidad.

También nos golpea fuertemente en el llamado que nos hace sobre las carencias, traumas y banderas rojas que nos van dando, como señales, las personas que nos rodean, quienes atraviesan traumas silenciosos y que no percibimos por andar tan ocupados en asuntos que nada nos aportan. Veamos a nuestro alrededor y acompañemos a esos a quienes tenemos al lado a salir de sus depresiones, sin juzgarlos.

Ésta no es una obra de teatro más. Es, primero que todo, la reafirmación en las tablas de dos actrices que, si bien no tienen ya nada que demostrar, porque lo han demostrado todo, continúan ejerciendo su respeto al público cada vez que pisan un escenario.

Es también una elección acertada e inteligente de un productor inquieto, intenso y poco conformista como Juancito Rodríguez, empeñado con tozudez en presentar trabajos que trasciendan por su planteamiento y su elaboración desde el punto de vista teatral.

Es la labor de una directora que impone sabiamente su criterio, cuando debe comandar un barco cuyas tripulantes muy bien pudieran ejercer de capitanas con iguales aciertos y, sin embargo, ahí está el resultado, un ensamble que apostó al éxito.

La obra, que se presentó durante dos fines de semana en la sala Ravelo del Teatro Nacional, contó, además, con la escenografía de Fidel López y las funciones estuvieron dedicadas a las comunicadoras Lissette Selman y Zoila Luna.